Se trata de una
de las fases de la respuesta sexual, incluida por Kaplan, al observar a
pacientes que no se encontraban dentro de los trastornos de excitación u
orgasmo.
A lo largo de la
historia de la sexualidad, muchos autores han tenido dificultades para
definirlo con claridad, debido a todos los elementos o factores que
intervienen.
Podemos
definirlo como una necesidad de satisfacción erótica, una fuerte motivación que
nos impulsa al contacto con la otra persona en busca de un cúmulo de sensaciones
físicas e inevitablemente emocionales (Zapiain). El mismo autor determina que
es la esencia del sistema sexual y una de las motivaciones humanas más
intensas.
Se categoriza
como una experiencia que nos influye o se expresa de manera afectiva, cognitiva
y biofisiológica. Es vivenciado como sensaciones especificas que mueven al
individuo a buscar experiencias sexuales o mostrarse receptivo a ellas
(Zapiain).
La importancia
del deseo reside en que es un sentimiento subjetivo que puede ser activado por
estímulos externos o internos, pudiendo desencadenar o no, un comportamiento
sexual abierto (Rosen y Leiblum).
Sin embargo, el
deseo sexual no es necesariamente la primera fase de la respuesta sexual, ya
que cuando nos encontramos en las demás fases, el deseo persiste (Schnarch).
El resto de
fases de la respuesta sexual se categoriza en;
- Excitación; caracterizada en los hombres por la erección y en las mujeres por la lubricación.
- Meseta; en donde se alcanza un alto grado de excitación que se mantiene durante un tiempo.
- Orgasmo; donde el placer se incrementa, es el objetivo de la respuesta sexual.
- Resolución; se trata del retorno al estado de no excitación.
Hay estudios que
indican diferencias entre el deseo masculino y femenino. Basson concluyó que
las mujeres con una sexualidad satisfactoria rara vez piensan en sexo,
comienzan las relaciones sin tener deseo y se activan en situaciones de
intimidad.
Sin embargo, en
el hombre es más frecuente que su respuesta sexual comience con el deseo.
Como apunta Cabello,
el deseo masculino se encuentra mas centrado en la búsqueda del orgasmo y el
femenino tiene otros objetivos diferentes; el deseo de intimar con una persona,
ser estimulada o tocada por una persona, deseo de tocar a alguien sin más y
deseo de generar fantasía.
En los hombres
el deseo puede ser sustituido por fantasías u otros estímulos sexuales y en la
mujer tiene que darse un estimulo o un inductor que sea adecuado (Cabello).
Como he
mencionado antes, para que esta fase se active, se tienen que dar estímulos
internos o externos. Los externos hacen referencia a lo que percibimos a través
de los sentidos (caricias, besos, susurros, etc.) y los internos a fantasías o
sueños eróticos.
Dichas fantasías
son fruto de experiencias que hemos tenido o que queremos llevar a cabo.
El deseo tiene
un triple sistema de respuesta y para ello es necesario un buen funcionamiento
neuroendocrino, así como la exposición a estímulos eróticos de suficiente
intensidad y esta determinado por procesos sexuales intrapsíquicos e interpersonales
(Rosen y Leiblum).
De hecho, Kaplan
determina que el deseo tiene conexiones con partes del cerebro que permiten que
el impulso sexual se halle integrado en la experiencia vital y el individuo
resulte afectado por esa experiencia.
En la misma línea,
Zapiain establece que el deseo se articula en función de la experiencia
personal derivado de un contexto sociocultural que en conjunto con procesos
psicológicos se configura a lo largo de la historia personal y dicha
configuración del deseo es la experiencia emocional subjetiva.
El deseo sexual
se puede considerar como una emoción y como tal, la función que desempeña es
adaptativa, surgiendo en situaciones adecuadas de intimidad o seguridad e
inhibiéndose en situaciones que interpretamos como amenazantes (Kaplan).
Cumple el papel
de buscar la satisfacción mediante comportamientos sexuales específicos
(Zapiain).
La configuración
que cada persona va haciendo del deseo va a depender de las experiencias
sexuales previas, tipo de apego, contexto socio-cultural, gestión emocional,
variables psicológicas, estímulos internos o externos, enfermedades que se
padezca, etc. Estos factores pueden favorecer o desfavorecer un adecuado deseo
sexual, ya que la gestión que hagamos de todos ellos puede influir en las
relaciones sexuales, puesto que si hay un buen deseo sexual, hay más
probabilidad de tener relaciones sexuales.
Cabello, F. (2010), Manual
de sexología y terapia sexual. Madrid: Síntesis
Gómez Zapiain, J (2009), Apego y sexualidad. Madrid: Alianza

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